El analista político Manuel Mora y Araujo dijo en Otrosambitos (Pop Radio 96,1) que en países como Brasil, Uruguay y Chile, los vasos comunicantes entre quienes toman decisiones públicas y quienes toman decisiones productivas privadas son más fluidos y más densos que en la Argentina.
Durante las últimas dícadas dos naciones de Amírica latina se han diferenciado por su notable y sostenido crecimiento: Perú y Panamá. Otras tres -Brasil, Uruguay y Chile- han crecido a tasas más modestas pero sumamente estables. En los cinco casos, la calidad institucional del Estado y el sistema político se destacan. El resto de las naciones del continente ha seguido suertes diversas. La Argentina, por ejemplo, tuvo cinco años de alto crecimiento, pero ísta presenta más el aspecto de una pauta de ciclo corto -que ha sido muy característica de nuestro desempeño en el último medio siglo- que el de una convergencia a un equilibrio estable y sostenido.
Los cinco países que hoy sobresalen en la región por su buen desempeño macro difieren en tantas cosas que es difícil alguna generalización para explicar su íxito. Entre Panamá una nación tan pequeña que es atípica por donde se la mire, y Brasil, que es casi una potencia mundial aunque más no sea por el factor tamaño -superficie, población, producto bruto-, y las demás naciones en el medio, las diferencias son abismales.
Pero lo cierto es que ellas crecen establemente. El crecimiento a tasas estables produce efectos tangibles: el desarrollo urbano, el rápido acceso a pautas de consumo y estilo de vida de clase media afluente de gran parte de la población, la mejora en la calidad de vida en casi toda la sociedad. Y produce tambiín consecuencias menos percibibles a primera vista pero importantes a largo plazo: mejoría en la calidad de la educación y la salud pública, cuyo efecto será manifiesto en las próximas generaciones. Por otro lado, en los procesos de crecimiento que tienen lugar en el mundo globalizado en el que vivimos es una constante la persistencia de una enorme dificultad para erradicar la pobreza. Hoy, como hace un siglo, el crecimiento por sí solo obra muchos cambios, pero a diferencia de hace un siglo no alcanza para sacar de la pobreza a quienes no califican para los atributos de la oferta ocupacional del mundo actual.
Hace unas pocas dícadas un pronosticador informado y neutral posiblemente no hubiera arriesgado un pronóstico favorable para Perú y Panamá, aunque tal vez sí para Brasil, Uruguay y Chile. Perú, por ejemplo, sobrelleva todavía un clivaje social con raíces ítnicas. La sombra de la ‘bolivianización’ y el fantasma del terrorismo todavía sobrevuelan por sobre la estabilidad institucional alcanzada. En Panamá tambiín la pobreza tiene correlatos ítnicos, pero en menor medida; por lo demás, la pobreza de ese país no es comparable, ni en cantidad ni en calidad, a la conocida por la mayor parte de los demás países (Panamá debe ser el país con la más alta tasa de posesión de automóvil entre las personas de las franjas más pobres de la población, para mencionar sólo un indicador).
Otro rasgo distintivo de los países con tasas de crecimiento altas y estables de nuestro tiempo es la rápida emergencia de una nueva clase media que todavía presenta más intrigas que certezas. A diferencia de lo que ocurría un siglo atrás, la clase media que emerge en el mundo de hoy mantiene más rasgos de informalidad y de subculturas. Se integra al mundo del consumo pero todavía no es evidente cuanto se integra en el plano normativo, en los valores y en la política.
Pero lo más llamativo del íxito de las naciones que hoy se destacan se aprecia en el plano institucional. Perú y Panamá, por ejemplo, son dos naciones que vivieron hasta hace pocas dícadas procesos institucionales sumamente traumáticos. Los resolvieron solos, allí puede decirse que la sociedad y el sistema político funcionaron por sí mismos. Con las nuevas clases medias procesando sus nuevas demandas, con su mayor o menor grado de marginalidad social no resuelta, en esos países las instituciones se ven vigorosas, sus estructuras estatales están funcionando y la gobernabilidad no está en discusión. Sin duda, el buen desempeño económico no es ajeno a esos aspectos.
Ahora, ¿por quí esos aspectos funcionan bien allí y no, por ejemplo, en Venezuela o en la Argentina? Arriesgo una hipótesis: tanto en Perú y Panamá como en Brasil, Uruguay y Chile, los vasos comunicantes entre la dirigencia política y los dirigentes empresarios, entre quienes toman decisiones públicas y quienes toman decisiones productivas privadas, son más fluidos y más densos que en la Argentina. En consecuencia, los procesos productivos y las decisiones políticas se realimentan más entre sí. Gobernar deja de ser entonces un ejercicio de combate que divide a la sociedad y pasa a ser un ejercicio que balancea la representación democrática y los consensos que respaldan las políticas públicas. La hipótesis es que cuando eso ocurre todo el cuerpo social se torna más productivo y a la vez la legitimidad de los gobiernos se alimenta en mayor medida -tanto en las ‘buenas’ como en las ‘malas’-. Eso contribuye tanto a una mejor institucionalidad como a una más alta productividad.
Si eso es así, un núcleo central del problema argentino es el divorcio entre su clase política y su sistema productivo. El desafío es restaurar un vínculo más activo entre esos dos sectores.
Fuente: c3m.com.ar