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Enemigos que se inventan y convienen

Los costos de las últimas políticas tomadas por el gobierno anterior empiezan a pasarnos facturas Y encima la mayoría eligió a mídicos ortodoxos que no tienen ninguna sensibilidad y nos meten cuchillo sin anestesias ni antibióticos.
“Si hay que elegir curación, matemos a varios Es mejor que matar a todos” parece ser la reflexión que ejercitan los economistas PRO, lejos de cualquier piedad ni problemas de conciencia. O sí, pero no importa mucho, porque argumentos y excusas les sobran.
La manifiesta incapacidad para advertir a tiempo los cambios que se generaban en la economía mundial, dejaron un país con serias dificultades de caja, un enorme endeudamiento interno, un brutal desequilibrio de costos y competencia de nuestra industria con el mercado extranjero, y un enfrentamiento inexplicable con varios sectores de la producción, que en sus respuestas agravaron la situación.
La inflación sin control, el atraso cambiario y la decisión de no tomar ninguna medida antipática que previniera el desastre, dejó la mesa servida para que se tomaran desde el mismo 11 de diciembre, medidas duras y de fuerte impacto contra el único sector que genera empleo real en el país: la clase media y las pymes.
Todas las decisiones económicas que va anunciando la gestión de Macri, sin excepción, favorecen a los sectores concentrados que vuelven a mirar al país como “confiable”, sin percibir que en el costo de la “libertad plena del mercado” deja siempre la peor secuela: profundización del desempleo, mayor pobreza, y aumento de los indicadores de violencia social. A modo de ejemplo se prefiere eliminar las retenciones a las mineras de manera inexplicable mientras deja a los tamberos a su suerte en la peor crisis de su historia.
A eso, hay que agregarle una especie de naturalización de las decisiones por decretos de supuesta necesidad y urgencia. Que se llevan puestos leyes votadas por las mayorías del Congreso, que intentan ocupar cargos en la Corte, o modificar las distribuciones de la coparticipación para favorecer a Ciudad de Buenos Aires.
Todo en un contexto de natural tregua y cierto alivio por los cambios de “modos” que la mayoría de la población estaba demandando, y durante los primeros cien días de una gestión, que como se sabe, suelen ser sinónimo de paciencia y acompañamiento por parte de la mayoría de la población.
Y entonces, el festival de ajustes, decretos y bailes presidenciales, se perfecciona con la elección del enemigo que conviene. Tal como lo hiciera el kirchnerismo con ellos, Cambiemos elige enfrentar simbólicamente a aquellos que mayor reacción generan, y ponen en la misma pared a todos aquellos que le cuestionan la gestión gubernamental.
Es decir, igual que el kirchnerismo, que amontonaba a todas las voces opositoras detrás del “gorilismo, videlismo, menemismo, macrismo, golpismo”, y todos los ismos que se identifican con los pensamientos de tradición conservadora; ellos reducen cualquier expresión opositora actual al “kircnerismo, populismo, chavismo, fascismo”, sin distinguir orígenes ni identidades diferentes.
En una especie de retroalimentación constante, el gobierno de Cambiemos utiliza en forma permanente acciones que provocan la reacción del colectivo K, y en un ir y volver de bajadas de cuadros, despidos de militantes, peleas por despachos en las Cámaras y decenas de banalidades de ese tipo, intentan decirle a la población que no hay otras opciones: “O son ellos o somos nosotros. Los que están en el medio son tibios. Y si nos critican, son funcionales al kirchnerismo”.
¿Algún parecido con el discurso dominante reciente? Todos. Pero con otros perfumes, otras vestimentas, otros modales, sí, pero fundamentalmente otros socios económicos. Que resultan tan peligrosos como sus antecesores. Y a los despidos en lo público y en lo privado habrá que remitirse: tanto el gobierno como los “capitalistas amigos K” han desatado una ola de miles de cesantías; lo hace Macri en lo público, lo ayudan desde lo privado Cristóbal, Lázaro, Szpolski, y todos aquellos que justifican en las nuevas políticas, sus decisiones.
La gestualidad de Macri invita a la reacción kirchnerista, y estos se regodean justificando sus abusos en el Estado, a costa de comparar que aquello era, en tírminos exclusivamente económicos, mejor que esto.
Los intentos por asociar a Santa Fe con el narcotráfico demuestran que tanto el kircherismo como el PRO no toleran medias tintas ni visiones complejas de la realidad. Por eso, Santa Fe y en particular el Frente Progresista, supone una molestia constante. Porque provoca una ruptura a la linealidad de lo blanco o lo negro, y pone en riesgo las acumulaciones facilistas y oportunistas.
En esta faena, y mientras unos y otros se acusan y se legitiman, hay que dar una batalla muy difícil: recuperar el discurso del progresismo que bastardeó como nadie el kirchnerismo, y combatir la estigmatización que los nuevos inquilinos de la Casa Rosada, junto a sus socios, intentan inferir que el progresismo es esa imagen decadente del populismo kirchnerista, y que significa la imagen más conveniente para justificar todas y cada una de las peligrosas decisiones que toman y que seguirán tomando en el futuro.

Fuente: c3m.com.ar