Cuando la tecnología celular llegó a Corea del Norte, tuvo una vida breve. Los teléfonos móviles comenzaron a funcionar en noviembre de 2002 y fueron prohibidos en mayo de 2004. Un mes antes, una explosión desastrosa había arrasado la zona de Ryongchon. Una hora antes Kim Jong-il, entonces en el poder, había estado allí: se temió un atentado operado con un celular.#
Los celulares volvieron a finales de 2008. Pyongyang se asoció con Orascom y así —escribió Yohno Kim en su estudio para el Instituto Coreano-Estadounidense (USKI) de la Universidad Johns Hopkins— "el gobierno garantizó con eficacia una capa más de vigilancia, al monitorear llamadas y mensajes de texto".
La compañía que surgió de la unión entre la empresa egipcia y la Corporación Coreana de Correo y Telecomunicaciones, CHEO Telecomunicaciones, marcó un logro de la "nación fuerte y próspera": el servicio Koryolink. Que, además, es una fuente de divisas para el país que gobierna Kim Jong-un, estimada entre USD 400 y 600 millones hacia 2015.
Koryolink no tiene acuerdos de roaming internacional con ninguna compañía del mundo. Tampoco permite navegar en internet. Los aparatos utilizan un sistema de firma digital para evitar cualquier actividad no autorizada, y almacenan la información sobre su uso para que se la pueda inspeccionar físicamente.
"Más de 2,5 millones de norcoreanos han comprado teléfonos celulares y contratado el servicio", escribieron Daniel Tudor y James Pearson en su libro North Korea Confidential. "Bastante parecido a lo que sucedió en el mundo desarrollado a comienzos de los '90s, el móvil se ve como un símbolo de estatus y como una herramienta invaluable para los negocios".
Al igual que en otros países pobres, en Corea del Norte la población se salta el paso de la línea telefónica fija, que no llegó a los hogares hasta finales del siglo XX. Hoy la publicidad de Koryolink está en las carteleras de las calles de Pyongyang, donde la mayoría de las personas entre 20 y 50 años —el 60% según una estimación de 2013— tiene un móvil.
El costo es alto. Pero luego de la hambruna de los '90s, existe una economía en negro que hace posible esta y otras expresiones pro-mercado que el Estado tolera. Y en este caso, aprovecha como socio.
El inicio, un aparato y una línea, sale USD 200, y se paga en divisas, no en won, la moneda surcoreana que según el cambio oficial es de 142,45 por USD 1 y en el mercado negro llega a 899 por USD 1. El servicio mensual de 200 minutos y 20 mensajes de texto vale 3.000 won, y 200 minutos extra se consiguen en la tienda por USD 8,40.
"Quienes se dedican al comercio en Corea del Norte comienzan a ver los teléfonos no como un lujo sino como un gasto necesario del negocio", escribieron Tudor y Pearson. "Pero para la gente joven es probablemente más un símbolo de estatus", agregaron. En su afán de mostrar riqueza y cosmopolitismo, algunos usan smartphones aunque la red no permite conexión a internet. Hay también celulares de juguete para niños.
La jerarquía social también se nota en el número: un ciudadano común tendrá uno que comienza con 191 o 193, mientras que el prefijo 195 es para los 300.000 "inscriptos especiales" como miembros del partido, militares y funcionarios. Los 195 operan sobre una red aparte que es propiedad del Estado completamente.
La seguridad es un asunto capital en ambas redes. "Aunque los servicios no pueden monitorear en tiempo real los millones de llamadas, tienen la tecnología para grabarlas y almacenar los datos celulares para investigaciones, y para monitorear los mensajes de texto", señaló el estudio de USKI.
La gente usa algunos modelos para hablar con la familia exiliada: son aparatos que se ingresan de contrabando con una tarjeta SIM de China, aptos para llamar al exterior. Con una memoria para 600 canciones en formato mp3, también sirven para que circule la música de Corea del Sur. Eso se paga con una autocrítica o una multa. En cambio, la seguridad del Estado interviene si alguien se comunicó con un número de Corea del Sur.
"En los últimos 15 años los teléfonos que acceden a las redes móviles chinas en ciudades fronterizas como Sinuiju, Hyesa y Hoeryeong han ayudado a cambiar la suerte de aquellos que viven cerca de la superpotencia del norte", según Tudor y Pearson. Esas llamadas además de llevar información y realizar comercio, participan también en los escapes del país.
"Por eso es sumamente ilegal conectarse a una red móvil china. Durante las represiones regulares, los castigos pueden ser severos en extremo: se sabe de ejecuciones". Hacer que la ley se cumpla es complicado, sin embargo: el tráfico de celulares chinos paga comisiones a los funcionarios norcoreanos.
Quizá el efecto más curioso de esta política sea psicológico: la gente toma precauciones para hablar por teléfono. "Para prevenir el rastreo de la señal, los dueños de teléfonos mantienen sus aparatos apagados hasta que realmente necesitan usarlos", según el libro. También usan palabras en clave y rituales que combinan cautela con ignorancia sobre la novedad tecnológica, como ubicarse junto a un lavabo con agua y cubrirse la cabeza con una tapa de olla mientras se hace una llamada ilegal.
Fuente: c3m.com.ar